(Palabras al inaugurar el Festival Centroamérica Cuenta,
Casa de América, Madrid, 17 de septiembre, 2023)

Celebramos encontrarnos por tercera vez en Casa de América para iniciar esta nueva jornada del festival Centroamérica Cuenta en Madrid, un espejo que multiplica la imagen que queremos ofrecer de la literatura como encarnación de la libertad. Frente a la opresión, la libertad, una lucha de contrarios en la que, sin duda, la palabra resultará vencedora.
Somos un festival en el exilio, nacido en Nicaragua hace más de diez años, y es a partir del cerrojo que se nos impone que buscamos abrir puertas. Puertas abiertas frente a las puertas cerradas. Y la itinerancia del destierro se ha convertido para el festival en una oportunidad de afianzarnos y de crecer, con un pie en España, tan generosa para nosotros, y otro en América Latina.
Hemos llevado Centroamérica Cuenta a San José, Costa Rica, a la ciudad de Guatemala, a Santo Domingo, en República Dominicana, y en mayo del año entrante estaremos en la ciudad de Panamá. En nuestra perspectiva de futuro está regresar a estas mismas sedes, y hemos recibido invitaciones para llegar a Chile y a Colombia. Tenemos un espacio abierto en la Feria del Libro de Guadalajara, y tendremos otro en la Feria del Libro de Buenos Aires, así como en el Festival Hispanoamericano de Escritores de la Palma, en las Canarias, donde Centroamérica Cuenta figura este año como invitador de honor.
Este es un barco que se aventura en marea alta, con una tripulación pequeña, pero con la mirada puesta en el horizonte. Claudia Neira, que me acompaña desde Madrid, a la cabeza; y, extraña tripulación en tiempos de destierro, el resto trabaja con nosotros desde Washington, desde Houston, desde Guadalajara, cada quien desde donde los vientos del exilio lo han empujado.
Nuestra ambición será siempre crecer, multiplicarnos, hacer cada día más visibles el milagro de la invención literaria, celebrar a los escritores, hombre y mujeres, la lengua nuestra de todos los días, y de todos los libros, repartidas en sus distintos territorios a ambos lados del Atlántico, un puente de ida y vuelta. Dar la palabra a los escritores, y hacer que el público les tome la palabra, o las palabras. Cuando se es leal a la palabra, se es leal a la libertad. Y ese es nuestro compromiso, dejar en firme la lealtad a las palabras.
No vivimos los mejores tiempos en América Latina, allí de donde venimos, y hacia donde siempre estamos regresando, en nuestra memoria, y en nuestra imaginación. La democracia, a la que hay que defender siempre con las palabras, y desde las palabras, sufre embates y amenazas, y por las rendijas de la desesperanza se cuelan los esperpentos, los que creen que el remedio a la delincuencia es construir cárceles para miles de jóvenes; los que buscan gobernar buscando consejo en el más allá a través de médiums y espiritistas, los que prometen suprimir los ministerios de educación. La demagogia en el trono. Tiempos en que los estados se disuelven en la bruma del poder del crimen organizado, y los barones de la droga suman territorios a su poder político.
Y están los regímenes que condenan por subversiva a la palabra, expulsan a los intelectuales, declarándolos apátridas, cierren los medios de comunicación, confiscan universidades. Que esconden en los santuarios financieros inmensas fortunas, alientan la corrupción que pervierte y corroe, fraudodólares, narcodólares, petrodólares, tiranos, jugando a convertir en pesadilla el sueño socialista, que ha dejado de ser redención para convertirse en perversión.
Cada vez es más imprescindible para la literatura luchar porque las palabras no pierdan su majestad frente a la opresión, la supresión, la cancelación, la confiscación del lenguaje, las prohibiciones, las listas negras de libros, la palabra oficial única, el puritanismo cerril, las verdades excluyentes.
Todo eso nos concierne. Descender a los abismos del crimen y de la locura, detritus del poder arbitrario, ha sido siempre tarea y pasión de los escritores. Lo que rechazamos como ciudadanos, nos atrae como creadores de ficciones. La realidad sigue imitando tenazmente a la imaginación. Podemos sacar risa del espanto. Hay que reírse, al menos, de las extravagancias y de los desafueros de los tiranos con cara de palo, reírse de quienes no saben reír, de su banalidad y de su soberbia, de sus pretensiones de pompa y de grandeza, como Erasmo enseñó a Cervantes, y como Cervantes nos enseña a nosotros a través de los siglos. Reírse de la locura del poder. La risa crítica, que tantas veces se vuelve didáctica, y que donde mejor resuena es en las cavernas.
La literatura que deja al lector, igual a como hallaba antes de comenzar a leer un libro, no ha cumplido ningún cometido. Distraer no es tarea de un escritor, sino atraer. Alterar, conmover, hacer reflexionar, hacer meditar. Llamar la atención. Ojalá transformar. Cuando la imaginación toca de cerca la realidad, y logra sacarle chispas, trasegar desde ella hacia la ficción todo lo singular y asombroso, lo terrible y deslumbrante, estamos más cerca de la verdad. Nunca podremos estar dentro de la verdad, porque es una deidad huidiza, pero con las palabras podemos buscar, tocarla, acercar los dedos al resplandor de su piel. Con solo saber que hemos estado tan cerca de la verdad que podemos percibir su aliento, no habremos usado en vano las palabras.
La literatura no tiene por tarea adoctrinar, ni convencer a nadie de las bondades de una ideología, pero no puede dejar de tener nunca un sentido ético. Y ese sentido ético estará siempre en la exploración de la verdad. Por ministerio mismo de la búsqueda, la escritura se convertirá en un hecho humanístico. Si nada de lo humano no es ajeno, según Terencio, la literatura misma no nos será nunca ajena. La literatura, hija del humor, y de la compasión. Pasión y compasión. Humor y melancolía. Es de esa manera que regresamos siempre a nuestro padre Cervantes.
“Hacer la América”, se decía de los españoles que emigraban a nuestras tierras en busca de fortuna, y si la conseguían, volvían convertidos en indianos. Los escritores, artistas, actores, filósofos, editores, periodistas, académicos, científicos que se exiliaron allá, huyendo del franquismo, hicieron la América de la mejor manera, creando, enseñando.
Hoy habemos decenas de escritores americanos viviendo en España, muchos empujados por vientos adversos, que aspiramos a “hacer la España”; desdichados porque el exilio no es nunca feliz, pero dichosos, a la vez, porque gozamos en España de este bien tan preciado que es la libertad de palabra, sin mengua ni temores.
Este éxodo nos hace más ricos a nosotros y ojalá haga más rica a España. Las palabras nunca empobrecen.
Celebramos, pues, una vez más a las palabras en esta Casa de América, que es desde hace a tres décadas la casa de todos nosotros, al abrir este festival Centroamérica Cuenta.
Es una buena manera de rendir cuentas.