Hace algunos años Sergio Ramírez me acompañó a Tenerife y recorrió conmigo los lugares de mi niñez. Estuvo en mi casa, en el Puerto de la Cruz, con mis hermanas, a las que recuerda como si fueran suyas, y estuvo en el Teide. Ahí, en el Teide, pero también en el Puerto, sintió que estaba en geografías familiares, porque en su pueblo, Nicaragua, hay también un volcán vivo, el Masaya, y porque las casas, sobre todo su casa natal, donde nació y vivió con sus padres y sus numerosos hermanos, se parecen a aquella en la que yo mismo había nacido. Casas de una planta, humildes pero espaciosas, amparadas por huertos o enormes salones, que en nuestro caso llamábamos (y aún llamamos) salón cuando en realidad era un galpón que sirvió a lo largo de la vida de garaje, depósito o almacén, carpintería, etcétera.
Leer nota completa en El Día